Tina Modotti

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Tina Modotti

Tina Modotti

Por GABRIELLA SABA*
Periodista — Càgliari (Sardegna)
Nerudiana n. 13–14 Marzo — Diciembre 2012 

 

Tina Modotti era todavía bellissima c u a n d o Ne r u d a l a c o n o c i ó –probablemente en el II Congreso de Escritores Antifascistas, Valencia, 1937–, a pesar de las muchas pruebas a las que la había sometido la vida: entre otras, la muerte del primer esposo, el pintor Roubaix “Robo” de l’Abrie Richey, y sobre todo la de su gran amor, el revolucionario cubano Julio Antonio Mella, por quien se había separado del pintor y militante comunista mexicano Xavier Guerrero y que fue asesinado delante de ella el 10 de enero 1929, probablemente por sicarios del dictador cubano Gerardo Machado. Ojos de terciopelo iluminaban su oval claro, de italiana, el largo pelo oscuro enmarcaba el rostro imortalizado, muchos años antes, por un maestro de la fotografía como era Edward Weston, e incluso por el cine de la mismísima Hollywood.

Años después, en Ciudad de México, Tina moriría de infarto en el asiento trasero de un taxi. Tenía apenas 46 años y, detrás de ella, una vida extraordinariamente intensa que la había convertido en un ícono mucho antes de su muerte. Con sólo 17 años abandonó Údine hacia San Francisco (y luego Los Ángeles), a donde su padre, carpintero y mecánico, se había mudado en busca de suerte. Tenía 21 cuando conoció a De L’Abray Richey. Con 25 años se convirtió en la modelo preferida de Weston gracias al cual afinó su pasión por la fotografía, deviniendo más tarde una de las fotógrafas más destacadas de su época. Pero apenas once años después decidió abandonar su Corona, la pequeña cámara con la que trabajaba, para dedicarse a la pasión comunista.

En compañía de Weston (con quien abrió un taller de fotografía de arte) se había mudado a Ciudad de México, la capital del que será su país adoptivo. Cuando abandonó aquel arte, ya era una artista renombradísima, con un lugar en la Historia, aunque insistía en que aquel término, artista, la abochornaba, y ella era una fotógrafa no más.

«Cuando quiero recordar a Tina Modotti debo hacer un esfuerzo, como si tratara de recoger un puñado de niebla. Frágil, casi invisible», así la describe el poeta en Confieso que he vivido. El comunista Neruda no podía no toparse con la «revolucionaria italiana» a lo largo de sus años mexicanos (fue nombrado Cónsul en Ciudad de México en 1940), y por supuesto con Vittorio Vidali, el célebre activísimo militante comunista, estalinista de tomo y lomo, el legendario Comandante Carlos del 5º Regimiento y de las Brigadas Internacionales en la guerra civil española, quien fue el último compañero de Modotti.  

Tras la derrota y la entronización de Franco, Tina y Vidali dejaron España rumbo a México, país que en aquellos años pululaba de revolucionarios y artistas como Diego Rivera y Frida Kahlo, Rafael Alberti y Lev Trotski. A ellos se agregó Modotti, cortejadísima por los medios de todo el mundo a los que negaba, por principio, conceder entrevistas. «Muchos periodistas a los que he negado una entrevista han intentado convencerme garantizándome que habrían hablado solamente de ‘lo linda que soy’», escribió una vez a Weston.   «He contestado que no entendía qué tenía que ver la belleza con el movimiento revolucionario y con la expulsión de los comunistas. Evidentemente aquí las mujeres se miden solamente con el metro cinematográfico.»

En México fue la aclamada Tinísima (título del libro biográfico e iconográficoque le dedicó Elena Poniatowska), personaje potente y lleno de appeal que con el paso del tiempo perdió protagonismo y se confundió poco a poco con los acontecimientos de su época: activista incansable pero cada vez más callada y apagada, en buena parte por problemas de salud («todos los hermanos Modotti murieron de problemas del corazón, probablemente a causa de una predisposición hereditaria», establece Christiane Barckhausen).

Así, cuando Tina Modotti murió, la prensa sensacionalista se desencadenó no sólo sobre su historia sentimental: incluso elucubró un complot, acusando al mismo Vidali de «habérsela cargado» (lo reiterará incluso Elena Garro muchos años después en sus memorias de España 1937) a raíz de que ella sabría demasiado sobre reales o supuestas ejecuciones de trotskistas y anarquistas en España, y cosas de ese tipo (por lo demás archisabidas o comentadas).

La misma Tina fue objeto de una avalancha de ataques y difamaciones, frente a las cuales Neruda reaccionó en defensa de su amiga (y también, indirectamente, de Vidali).

Tras referirse en sus memorias al asesinato de Mella y a cómo «los mismos funcionarios policiales que protegieron a los criminales pretendieron culpar a Tina Modotti del asesinato», el poeta chileno escribió su testimonio personal:  

Doce años más tarde se agotaron silenciosamente las fuerzas de Tina Modotti. La reacción mexicana intentó revivir la infamia cubriendo de escándalo su propia muerte, como antes la habían querido envolver a ella en la muerte de Mella. Mientras tanto, Carlos y yo velábamos el pequeño cadáver. Ver sufrir a un hombre tan recio y tan valiente no es un espectáculo agradable. Aquel león sangraba al recibir en la herida el veneno corrosivo de la infamia que quería manchar a Tina Modotti una vez más, ya muerta. […] Los periódicos llenaban páginas enteras de inmundicias folletinescas. […] Impresionado por el furioso dolor de Carlos tomé una decisión. Escribí un poema desafiante contra los que ofendían a nuestra muerta. Lo mandé a todos los periódicos sin esperanza alguna de que lo publicaran. Oh, milagro! Al día siguiente, en vez de las nuevas y fabulosas  revelaciones que prometían la víspera, apareció en todas las primeras páginas mi indignado y desgarrado poema. El poema se titulaba “Tina Modotti ha muerto” Lo leí aquella mañana en el cementerio de México, donde dejaron su cuerpo y donde yace para siempre bajo una piedra de granito mexicano. Sobre esa piedra están grabadas mis estrofas. Nunca más aquella prensa volvió a escribir una línea en contra de ella.

( Neruda, Confieso que he vivido)

 

alcune foto di Tina Modotti

Entonces: Tina la italiana, la comunista, la fotógrafa. Siempre serena, pero obstinada como una hormiguita. Interiormente intensa, muy sensible a los cambios que se producían a su alrededor, y a la sociedad que se transformaba, idealista. Un personaje positivo en todos los sentidos, hasta cuando se enamoró de Julio Antonio Mella mientras su compañero, Xavier Guerrero, se encontraba en Moscú. Este conflicto la desgarra y le costará mucho decidir entre los dos.

De italiana tenía, además de los genes, la memoria de los primeros diecisiete años de vida: infancia y adolescencia transcurridas en la pobreza, padre emigrado y madre ama de casa, en una Italia regida por la rancia monarquía saboyana y por la gran  burguesía industrial de finales del siglo XIX, sin tutelas ni reglas para la gente de su clase social. Con doce años Tina ya trabajaba en una hilandería, un promedio de doce horas diarias. Hasta que su tío Pietro la llamó a su taller fotográfico, donde aprendió las herramientas básicas de la actividad artística que la hará famosa. Mantenía a duras penas a su madre, siempre enferma, y a sus cuatro hermanos. Su hermana más chica, Yolanda, la recuerda como una chica calladita y juiciosa, muy responsable.

Terminó apenas las primarias. Su formación cultural la hizo en otros lados. Hambrienta de saber, no por casualidad sus primeros dos compañeros norteamericanos fueron el refinado y erudito “Robo” y justamente Weston, fotógrafo muy culto y diez años mayor, del que fue «alumna, modelo, admiradora y amante» (Christiane Barckhausen). Nunca volvió a Italia. Pero puede que aquellos exordios de vida, aquella tierra campesina y pobre de sus orígenes hayan sido determinantes para su futura militancia comunista.

Al intentar reconstruir esa época italiana, Christiane Barckhausen, autora de la biografía Verdad y leyenda de Tina Modotti (La Habana, 1989), encontró no pocos inesperados obstáculos. Y muchos de los prejuicios que a lo largo de su vida habían acompañado a Tina. Cuando pidió consultar el registro de familia en Údine –fue en 1985 y faltaba poco para el término de la Guerra Fría– le permitieron fotografiar el certificado de nacimiento de Tina y otros documentos, pero el funcionario no dejó de advertirle: «Aquí no se ve bien que se hagan investigaciones sobre esta persona. Parece que tuvo una vida muy inmoral.»

La última exposición fotográfica, t i t u l a d a La primera exposición revolucionaria fotográfica en México (1929), la consagró definitivamente pero a la vez sancionó el adiós a aquel arte. Desde entonces hubo solamente la Tina comunista. Había pasado de la contemplación estética de los objetos, del contar la historia a través de la cámara, a la participación directa. Ya desde hacía mucho, de todas formas, se había entregado a las batallas internacionalistas y antiimperialistas: había militado como voluntaria en Socorro Rojo, en Estados Unidos había luchado por la liberación de los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti y se había integrado al movimiento sandinista colaborando con el Comité Manos fuera de Nicaragua. En 1927 se había inscrito al Partido Comunista, una elección que condicionó también su vida sentimental: sus compañeros fueron, desde entonces, compañeros de lucha política además que de vida. Cuatro años después de la muerte de Mella, fue tildada de estar involucrada en el atentado al entonces presidente mexicano Pascual Ortiz Rubio y expulsada de México.

Del D.F. viajó hacia Europa pero de paso se quedó tres días en La Habana, donde fue acogida con gran cariño, y acompañada a su barco por un despliegue impresionante de botes y chalanas: no era solamente la compañera Modotti sino que la mujer de uno de los revolucionarios más queridos en Cuba. En Moscú, adonde llegó después de haber estado en Holanda y Alemania, fue recibida por Vidali, quien al poco tiempo devendrá su compañero.

Hasta 1935 vivió entre Moscú, Varsovia, Viena, Madrid y París, prestando auxilio a los perseguidos políticos.

En julio de 1936, cuando estalló la Guerra Civil en España, adoptó el pseudónimo María y se fue a Madrid con Vidali, entonces Carlos J. Contreras, el célebre Comandante Carlos del Quinto Regimiento. Colaboró a la organización del II Congreso de los Escritores Antifascistas en Valencia-Madrid-Barcelona-París 1937 y promovió la publicación de Viento del pueblo, poemas de Miguel Hernández.

Después de la derrota republicana en 1939, abandonó España y volvió a México, bajo falso nombre, junto con Vidali también bajo pseudónimo. Los últimos años fueron marcados por su precaria salud y los vivió casi en clandestinidad (ya que pesaba sobre ella su anterior expulsión de México).

En el registro de la Parroquia de Santa Maria delle Grazie, en Údine, se encuentra el certificado de bautismo de Tina Modotti, el 27 de enero de 1897, la huella más antigua y oficial de su parte italiana: «Assunta Adelaide Luigia, hija legítima de Giuseppe Modotti, profesión mecánico, y de Assunta Mondini, encargada de trabajos del hogar, ambos domiciliados en Via Pracchiuso, 113, nacida el 16 de agosto de 1896, fue hoy bautizada por Antonio Cecutti, sacristán y delegado del párroco suscrito». El medio año entre el nacimiento y el bautizo podría deberse a que para Giuseppe era muy importante contar entre los testigos con su amigo Demetrio Canal, director de uno de los primeros periódicos revolucionarios de Údine, y que hasta enero de 1897 estuvo fuera de la ciudad, quizás en la cárcel por sus actividades políticas.

Hay un Comité dedicado a ella, en Údine, y se hacen retrospectivas y exposiciones dedicadas a su producción. Cuenta Neruda que Tina Modotti era consciente de ser enferma del corazón, pero no lo contaba por miedo a que el partido la obligara a reducir su trabajo. Su militancia fue, según algunos, obsesiva y abnegada hasta el sacrificio de sí misma, lo cual era comprensible en el clima de una época en que el movimiento comunista crecía y consolidaba su posición en el mundo.

* Gabriella Saba. Periodista sarda, vive y trabaja en Càgliari (Sardegna), especializada en asuntos de América Latina. Ha vivido por períodos más o menos largos en Cuba, en Argentina y en Chile (tres años). Escribe para La Repubblica (Roma), La Nuova Sardegna (Sássari) y otras publicaciones de circulación nacional en Italia.

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